Érase una vez, un camino largo y llano de arena blanca, sin sendero, sin rumbo ni destino, un viaje a ninguna parte por donde la gente pasaba sin dejar huella. El cielo era azul en aquel camino y el sol iluminaba a algunos pocos.
Caminando por ese sendero, una mujer se puso de parto y de entre sus piernas nació una niña que anduvo del brazo de su madre largo tiempo. Años después quiso independizarse y siguió el camino sola, con su madre a dos metros de distancia siguiendo el llano pasaje blanco. Poco después la niña, ya mayor, estornudó y en tal sacudida perdió el equilibrio y se desplomó en el suelo, sobresaltada se levantó de nuevo y siguió andando, mirando al frente, como siempre pero ya no fue la misma jamás, ¿no iba a suceder nada más en su vida? Seguiría andando todos sus años de juventud por el mismo camino sin llegar a ningún sitio, haciendo lo que todos sin ni siquiera planteárselo, el camino era blanco y sin huellas marcadas en el suelo, solo existía la sombra del que venía delante y que llegaría hasta donde llegaría ella. Sollozó en la sorpresa de tal pensamiento y anheló por vez primera el vértigo de no conocer el futuro por decidir el presente: - quiero sentir vértigo, ¿que hay más allá de mi vida en este camino? Nada. Me quiero tirar desde un avión para tocar las nubes y tirar del paracaídas sin saber si va a abrirse o no-.
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